South Pacific Division

Una iglesia local australiana marca la diferencia con un viaje misionero al extranjero

Miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Alstonville ayudan a construir una iglesia en Fiyi.

Un grupo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Alstonville, Nueva Gales del Sur (Australia), trabaja en las paredes de la iglesia de Vugalei, en Fiyi, a principios de este año. En el viaje misionero participaron adultos, adolescentes e incluso niños de esa iglesia local.

Un grupo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Alstonville, Nueva Gales del Sur (Australia), trabaja en las paredes de la iglesia de Vugalei, en Fiyi, a principios de este año. En el viaje misionero participaron adultos, adolescentes e incluso niños de esa iglesia local.

[Foto: Adventist Record]

Cocoteros, plátanos, papayas y árboles del pan ocultan el asentamiento de Vugalei del bullicio de la ajetreada Suva, en Fiyi. Una mangosta se escabulle por la calzada, y el perro del pueblo se escabulle cerca, asegurándose de que todo el mundo esté a salvo y de que no haya entradas no autorizadas en el asentamiento.

Al salir a la carretera, se tiene la sensación de que el pueblo está cerca. Empiezas a oír el cemento que golpea las paredes, las sierras que cortan la madera y la arena que se tamiza a través de las redes de alambre.

Cuando el pueblo aparece a la vista, lo primero que se ve es la iglesia. La iglesia adventista de Vugalei ocupa un lugar en el pueblo que anima a los visitantes, da la bienvenida a los congregados y les dice a todos que este es un pueblo que sabe que Cristo está en el centro de su vida.

Nuestro grupo misionero llegó a Nadi, Fiyi, a principios de este año, y fue recibido por una emocionada comunidad de Vugalei que había viajado tres horas para recibirnos con motivo de nuestra llegada. Éramos un grupo de 33 miembros de iglesia y amigos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Alstonville, Nueva Gales del Sur, Australia: 17 adolescentes, 14 adultos y dos niños.

El pueblo fiyiano nos recibió con canciones, regalos y una calidez que superó todas nuestras expectativas. El autobús pintado de vivos colores que nos transportaría a Vugalei palidecía en comparación con el colorido y la energía de los ocupantes de su interior. Las tres horas de autobús hasta el pueblo las pasamos conociendo a nuestros nuevos amigos y cantando himnos y alabanzas. Cuanto más viajábamos, más entusiasmados y llenos de energía nos sentíamos para el trabajo que teníamos por delante.

El objetivo de la misión era terminar el enlucido de las paredes interiores de la iglesia, financiar los recursos necesarios para llevar adelante el proyecto, establecer una conexión más estrecha con Jesús por medio de su obra misionera y coordinar una Escuela Bíblica de Vacaciones (EBV) para niños como extensión de su educación cristiana y como extensión a las comunidades más amplias.

El equipo de la EBV publicitó el programa llamando a las puertas e invitando a familias de otros asentamientos a participar. A continuación, el programa, de una semana de duración, enseñó y animó a los niños a amar a Jesús y aprender de él, enseñándoles acerca del fruto del Espíritu.

Dentro de la iglesia, otros miembros del grupo misionero despejaron el espacio y lo prepararon para el trabajo. No estábamos solos: todo el asentamiento acudió a ayudar. Para los Vugalei, no es una iglesia cualquiera. Forma parte de su familia y es el centro de su vida, y Dios está muy presente en ella.

El trabajo en el interior de la iglesia fue manual, no se utilizó maquinaria. Tamizamos la arena de río en grandes bidones de agua para eliminar los grumos y las piedras, transportamos la arena al segundo piso de la iglesia y mezclamos el cemento, todo ello mediante el trabajo en equipo y la carga compartida. Hubo mucha ayuda y no se desperdició ni un solo recurso. El cemento sobrante se convirtió en grandes baldosas que se utilizaron para los senderos; se limpiaron los restos de madera de sus clavos, que luego se separaron en cubos y se reservaron para futuros proyectos, y las herramientas se compartieron entre todos los que ayudaron.

Habían pasado 20 años desde la ceremonia de colocación de la primera piedra, y las oraciones iban a ser escuchadas y se construiría la iglesia de Vugalei. Gracias a la dedicación y la fe de las familias pioneras, la iglesia se convertiría en el instrumento de un proyecto multigeneracional y multinacional, que uniría a la gente tal y como Dios la había diseñado.

Al final de las dos semanas, no solamente se había terminado el enlucido interior, sino también el exterior de los muros de la iglesia, se habían colocado y montado los marcos de puertas y ventanas, y se había comprado y entregado madera para los listones del techo. Lo que el grupo misionero había esperado conseguir, Dios lo había suministrado y aumentado. Estaba claro que Dios bendijo el trabajo de todos los implicados, dejándonos con una sensación de logro.

El artículo original se publicó en el sitio de noticias de la División del Pacífico Sur, Adventist Record.

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