México: Los lazos de la iglesia se fortalecen después de la tragedia

México: Los lazos de la iglesia se fortalecen después de la tragedia

Asistencia, lo que son hasta seis meses después de las inundaciones México; participación de la comunidad aporta la oportunidad a pesar de la tragedia

Salomón Javier muestra hasta dónde llegó el agua de la inundación el año pasado en la iglesia adventista de Alijadores, Villahermosa, Tabasco.
Salomón Javier muestra hasta dónde llegó el agua de la inundación el año pasado en la iglesia adventista de Alijadores, Villahermosa, Tabasco.

Los estudiantes de la Escuela Secundaria Nicanor González dicen que no les molesta la construcción de una nueva universidad adventista allí junto a su institución. Los líderes destacan que el proceso de aprobación de la extensión de la Universidad de Montemorelos en Tabasco avanzó con más rapidez cuando los adventistas demostraron su participación comunitaria durante la inundación del año pasado.
Los estudiantes de la Escuela Secundaria Nicanor González dicen que no les molesta la construcción de una nueva universidad adventista allí junto a su institución. Los líderes destacan que el proceso de aprobación de la extensión de la Universidad de Montemorelos en Tabasco avanzó con más rapidez cuando los adventistas demostraron su participación comunitaria durante la inundación del año pasado.

El pastor Antanacio Ramírez observa lo que supo ser el pueblo de Juan del Grijalva, Chiapas. Obreros de la construcción se encuentran cavando una canal en un alud de barro que obstruyó el río seis meses atrás. Ramírez perdió catorce feligreses en la catástrofe.
El pastor Antanacio Ramírez observa lo que supo ser el pueblo de Juan del Grijalva, Chiapas. Obreros de la construcción se encuentran cavando una canal en un alud de barro que obstruyó el río seis meses atrás. Ramírez perdió catorce feligreses en la catástrofe.

Carolina Hernández Cruz, una jovencita adventista de 17 años, completó el noveno grado pero ya no asiste al colegio. Carolina perdió a su padre y a dos hermanas en la catátrofe, y ahora vive en un campamento de refugios de madera en el poblado de Ostuacán.
Carolina Hernández Cruz, una jovencita adventista de 17 años, completó el noveno grado pero ya no asiste al colegio. Carolina perdió a su padre y a dos hermanas en la catátrofe, y ahora vive en un campamento de refugios de madera en el poblado de Ostuacán.

Carolina Hernández Cruz ya no asiste al colegio. Carolina sufre de estrés postraumático después de haber perdido a su padre y a dos hermanas en un alud de barro durante la inundación del año pasado en el sudeste de México, en lo que fue uno de los peores desastres de la historia de la nación.


La joven, de 17 años de edad, recuerda que quería ser abogada. En la actualidad, dedica sus días a cocinar para los sobrevivientes de su pueblo que viven en refugios de madera en campamentos construidos por el gobierno. Parece confundida cuando se le hacen preguntas simples tales como: “¿Qué te gustaría hacer? ¿Cuáles son tus pasatiempos?”


“Ya he visto esto antes,” dice su pastor, Atanacio Ramírez. La gente puede perder interés en seguir adelante”.


Ramírez también ha sufrido como ministro después de esta catástrofe que destruyó cuatro de sus quince iglesias y se cobró la vida de catorce de sus casi 200 feligreses.


“Fue triste y difícil al mismo tiempo,” recuerda. No pude asistir a todos los funerales, ya que varios fueron simultáneos”.


A pesar de las pérdidas y del dolor, los líderes de la iglesia afirman que desde entonces, ha sucedido algo curioso: se ha visto un incremento de la asistencia, las donaciones y el compromiso espiritual de los creyentes, como reflejo de la generosidad de toda la nación. La ofrenda de agradecimiento de este distrito ha crecido un 16 por ciento en comparación con el año anterior.


“Esto es algo que no podemos explicar,” dice Felipe Domínguez, director de comunicaciones de la iglesia en Tabasco. ¿Cómo pueden ser tan generosas las personas que ni siquiera tienen trabajo?”


Aunque algunas comunidades pequeñas aún están sufriendo las consecuencias de la catástrofe, otras se han recuperado y están en proceso de reconstrucción. En medio de esto, los líderes de la iglesia destacan que, cinco años después de presentar las solicitudes correspondientes, se ha acelerado el proceso de aprobación para crear una universidad adventista en Villahermosa. La participación comunitaria después de la catástrofe resultó de ayuda para conseguir esta autorización, afirman los líderes de la iglesia en la región.


“La iglesia aquí en Tabasco tiene historia en ayudar a la gente de la comunidad,” dice Hebar García, el presidente de la iglesia en la región. Hemos invertido en una clínica móvil y pudimos ser de ayuda después de la catástrofe”, dice, reconociendo la ayuda recibida de parte de otras regiones administrativas de la iglesia.


Junto con muchas organizaciones nacionales, la Iglesia Adventista recibió un reconocimiento especial por sus tareas asistenciales, que incluyeron buenos refugios y clínicas móviles donde trabajaron médicos voluntarios, muchos de los cuales son alumnos de la Universidad de Montemorelos, una institución adventista del noreste mexicano.


Unos días atrás, algunos residentes de Villahermosa mostraron a ANN las marcas que dejó el agua, que llegó a cubrir el ochenta por ciento del estado de Tabasco, en algunos lugares durante un mes. Las lluvias de octubre, sumadas a los diques al límite de su capacidad, causaron inundaciones y aludes de barro. Hay todavía pilas de bolsas de arena que superan los tres metros de altura, que protegen cientos de metros de aceras, y aun bloquean las paradas de buses.


En Juan de Grijalva, Teodoro Sánchez Morales está de pie sobre una superficie de concreto, cerca del todavía crecido río Grijalva. “Esta era mi casa”, dice. Su padre falleció en la catástrofe. En las cercanías, obreros trabajan con diversa maquinaria para retirar las montañas de escombros que aún bloquean parcialmente el río.


La comunidad necesita viviendas y agua, dice Ramírez, el pastor del distrito. “El agua potable que tienen sabe horrible”, dice.


Antes, Ramírez había señalado desde la colina a un apenas visible punto amarillo del otro lado del río.


“Esa es la iglesia”, dijo.


“¿Cómo llegó allí?”, preguntó un visitante.


“Antes estaba allí,” dijo, señalando río arriba. Pero fue arrastrada por el río unos cien metros”.


Unos treinta supervivientes del pueblo se reunieron esa mañana en la iglesia adventista de Ostuacán cerca del campamento de refugios para compartir sus experiencias durante la tragedia. Una jovencita camino por el pasillo central y le entregó un pañuelo de papel a una mujer que se estremecía de dolor al recordar la tragedia.


“Estoy agradecida a todos los países y a la iglesia por su ayuda”, dijo María Guadalupe Cruz, la madre de Carolina, la joven que está sufriendo de estrés postraumático. María perdió su esposo y dos hijos en la catástrofe.


“Todo lo que nos ayuda a seguir viviendo ahora es la generosidad de los demás”.


Raúl Lozano colaboró con este informe