El 25 de septiembre de 1997, millones de oyentes de uno de los programas de noticias radiales más populares escuchó que el conductor decía lo siguiente:
Las mujeres han sido reconocidas en los sellos postales de los Estados Unidos durante más de cien años, comenzando con una mujer que no era estadounidense, como la Reina Isabel, en 1893. Desde entonces, se ha reconocido a 86 mujeres, desde Martha Washington a Marilyn Monroe. También muchas escritoras tales como Louisa May Alcott, Emily Dickinson, Willa Cather y Rachel Carson. Pero yo puedo nombrarles una escritora estadounidense que jamás ha sido reconocida de esta forma, aun cuando sus escritos han sido traducidos a 148 idiomas. Por sobre Marx o Tolstoy, por sobre Agatha Christie, y aun más que William Shakespeare. Recién ahora el mundo está llegando a apreciar sus recomendaciones para una salud física y espiritual óptima.
El programa era “Noticias y comentarios”, y su conductor era el popular Paul Harvey. No obstante, ¿a quién se refería? A una mujer llamada Elena White. Entonces, Harvey concluyó diciendo: “¿Usted no la conoce? ¡Propóngase conocerla!”
Paul Harvey es tan solo una de muchas personas que han reconocido que Elena Gould (Harmon) White fue en efecto una de las estadounidenses más destacadas. Fue una visionaria, una líder espiritual, una defensora de la salud y una escritora que ayudó a moldear el pensamiento y la práctica religiosos de millones de personas. A pesar de ello, muchos, quizá la mayoría de los que han sido influenciados por esta escritora, saben poco o nada de ella.
Un comienzo poco auspicioso
Elena Harmon nació en 1827 y creció en Portland (Maine, Estados Unidos), donde su padre fabricaba sombreros. A los nueve años, una roca que le arrojó una compañera de la escuela le desfiguró la cara. La herida fue tan seria, que dejó de estudiar en el tercer grado de la escuela primaria.
Elena halló consuelo en su fe. Un nuevo entusiasmo religioso estaba avanzando por toda Nueva Inglaterra. Un granjero bautista llamado Guillermo Miller se volvió evangelista y comenzó a enseñar de las profecías del libro de Daniel que Jesús estaba próximo a regresar. Algunos pensaron que Miller era un loco, y tanto él como sus seguidores fueron denigrados ampliamente por la prensa popular. No obstante, miles de reflexivos cristianos se emocionaron mucho al saber que Dios aún se interesaba en este mundo y que habría de interceder para poner fin al pecado y al sufrimiento. Elena asistió a las reuniones de Guillermo Miller, y el mensaje de esperanza la hizo sentir mucho mejor. Su relación con Dios se hizo más profunda. A pesar de su juventud, Elena comenzó a sentir que Dios tenía una obra especial para ella.
Guillermo Miller cometió un error al enseñar sobre el regreso de Cristo: estableció una fecha cuando esperaba que ese gran evento se produciría. Sobre la base de las profecías del libro de Daniel, Miller identificó en primer lugar a 1843 como el año del regreso de Cristo. Si los burladores habían ridiculizado antes a los milleritas, ahora lo hicieron con mayor deleite cuando la fecha específica escogida, el 22 de octubre de 1844, pasó sin señal alguna de ese evento celestial glorioso.
Del desánimo a la fe
Elena, al igual que el resto, estaba desilusionada. Lo recordó así: “Fue un amargo chasco el que cayó sobre la manada pequeña cuya fe había sido tan fuerte y cuyas esperanzas habían sido tan elevadas”. A pesar de ello, les agradó darse cuenta de que aún sentían la cercanía con Jesús que habían cultivado durante todos esos años. “Nos sorprendimos de sentirnos tan libres en el Señor, y fuimos sostenidos con tanta fuerza por su fuerza y gracia —escribió Elena—. Estábamos chasqueados, pero no descorazonados”. Elena tenía solo 17 años al momento del chasco millerita. No mucho después, Dios hizo que se convirtiera en una parte clave de lo que llegaría a ser un importante movimiento religioso. Mientras estudiaba y oraba con amigos en Portland, Elena tuvo una visión. Dios le mostró los creyentes adventistas se enconraban en una senda difícil y en ocasiones desalentadora, pero que era una que, de seguirse con fidelidad, los llevaría al reino de los cielos. A esta le siguió poco después otra visión, en la que se le pidió que contara a otros lo que Dios le estaba diciendo.
Sin embargo, como era una adolescente, y ya había experimentado junto con los milleritas las burlas de los demás por sus creencias impopulares, Elena tenía temor. El mensaje que se le pidió que diera era simple: tenía que contar que aunque Jesús no había venido cuando ellos habían pensado que vendría, él sí regresaría y, por ello, no tenían por qué desanimarse. Elena reunió el suficiente coraje para compartir con unos pocos amigos lo que ahora creía eran mensajes de Dios. Se sintió emocionada de descubrir que las visiones les resultaban tan alentadoras a ellos como lo habían sido para ella. Otros escucharon hablar de Elena, y pronto la comenzaron a invitar como oradora. Dios siguió dándole mensajes que ayudarían a guiar a los creyentes adventistas que habían quedado y aplacar el fanatismo entre ellos. La gente comenzó a tener confianza de que Dios los estaba guiando por medio de Elena.
Fue durante el desarrollo de su ministerio como oradora y docente que Elena conoció a Jaime White, otro creyente en el pronto regreso de Cristo, y finalmente contrajeron matrimonio. Fue una sociedad importante. Jaime era un sólido líder que habría de guiar a Elena en muchos de los asuntos prácticos que se necesitaban para cumplir con la obra que Dios le había pedido que hiciera.
Un movimiento religioso
Los eventos se sucedieron con rapidez durante los siguientes años. En 1847, Dios le mostró a Elena que el cuarto de los diez mandamientos (Éxodo 20:8-11), que habla del sábado como día de reposo, había sido descuidado por la mayoría de los cristianos. El pequeño grupo de creyentes adventistas que guardaban el sábado creció, ayudado en gran medida por la publicación de los escritos de Elena, que comenzaron a ser enviados por los Estados Unidos y también a otros países. Para 1860, los pocos miles de creyentes esparcidos se dieron cuenta de que necesitaban algún tipo de organización. Llamaron a esta nueva iglesia “adventista del séptimo día” para identificar dos de sus doctrinas distintivas.
La conducción de Elena White sería tremendamente importante durante los siguientes cincuenta años. Sus escritos no solo mantuvieron en la senda a la naciente denominación, sino que Dios le dio nueva información sobre salud. En sus días, las prácticas de salud eran primitivas. Los médicos aún solían realizar intervenciones quirúrgicas sin lavarse las manos, practicaban sangrías a los enfermos y recomendaban el uso de tabaco y alcohol para mejorar la salud. Muchos de los así llamados fármacos eran, en efecto, potentes venenos que contenían plomo y mercurio. Los pacientes que seguían los consejos de los médicos tenían mayores probabilidades de morir por ellos que de mejorarse. La mayoría de la gente pensaba que el aire de la noche era peligroso, por lo que la gente solía dormir en habitaciones sofocantes y contaminadas por el humo.
Por medio de esta mujer simple, Dios revivió un mensaje bíblico sobre la salud y la nutrición y dio consejos para lo estaba todavía muy en el futuro. Por ejemplo, antes de que se conociera el colesterol, Elena White recomendó evitar por completo la carne y usar aceite vegetal.
Antes de que los médicos supieran el efecto del sodio sobre la presión arterial, ella escribió sobre los beneficios de limitar el consumo de sal.
En un tiempo cuando el pan hecho de harina blanca se consideraba una innovación maravillosa, ella insistió que los granos integrales brindaban una nutrición superior.
El tabaco aún era considerado terapéutico por algunos cuando Elena White lo identificó como un veneno que podía llevar al cáncer y a otras enfermedades. Ella se dio cuenta, antes de que los médicos lo hicieran, que tener sobrepeso era perjudicial para la salud y que podía acortar la vida.
Elena apartó a las personas de los medicamentos y prácticas médicas peligrosos y sugirió en cambio terapias preventivas: limpieza, aire fresco, ejercicio, alimentos integrales, agua fresca, luz solar, temperancia y descanso adecuado. Por medio de su conducción, muchos miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día adoptaron una dieta vegetariana. Ella dijo que “en los granos, las frutas, las verduras y las nueces se encuentran todos los elementos alimentarios que necesitamos”. Esos son consejos estándares que dan muchos nutricionistas en la actualidad. Y como resultado de seguir esos consejos, los adventistas tienen una perspectiva de vida de siete años más que el promedio, según lo confirman dos estudios por separado de la Universidad de Loma Linda.
Un destacado don
Con solo una educación de tercer grado, la producción de esta mujer profundamente espiritual consistió en más de cien mil páginas, que fueron escritas todas ellas en letra manuscrita. Elena White es una de las escritoras más traducidas de la historia. Su libro más popular, que se titula “El camino a Cristo”, ha sido publicado en 150 idiomas, con una circulación de millones de ejemplares. Decenas de miles de personas han aprendido a conocer a Jesús más estrechamente gracias a la lectura de este libro.
Además de la salud, Elena escribió sobre profecía, crecimiento espiritual, educación, familia e historia de la iglesia. Sus creencias sobre la igualdad racial también se adelantaron a su tiempo. “Dios ha creado al hombre como un agente moral lire, sea blanco o negro. La institución de la esclavitud quita esto y permite que el hombre ejercite sobre sus prójimos un poder que Dios jamás le ha otorgado, y que pertenece tan solo a Dios”. Como líder femenina en un mundo de líderes religiosos mayormente masculine, ella también comprendió la necesidad de la igualdad de los sexos. “Eva —escribió—, fue creada de una costilla tomada del costado de Adán, lo que significa que ella no tenía que controlarlo como la cabeza, ni que debía ser pisoteada bajo sus pies como un ser inferior, sino que tenía que estar a su lado como su igual”.
Para cuando falleció en 1915, la Iglesia Adventista era un movimiento internacional. Elena había viajado, hablado y escrito extensamente, y sus libros eran leídos en muchísimos países del mundo. Ella rechazó vez tras vez el título de profetisa y siempre insistió en que la gente tenía que hacer de la Biblia, no de sus escritos, el fundamento de su fe. Sin embargo, los adventistas creen que Dios obró por su medio de una manera singular para clarificar y enfatizar el mensaje de la Biblia sobre el regreso de Cristo.
Como resultado de su conducción, en la actualidad, la Iglesia Adventista del Séptimo Día posee una feligresía de casi 18 millones de personas, con una presencia en 208 países de los 232 reconocidos por las Naciones Unidas. Elena White dejó consejos especialmente en las áreas del cuidado de la salud, educación y obra caritativa, lo que llevó a la Iglesia Adventista a establecer escuelas y hospitales en cada uno de los continentes habitados, y ha hecho de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales una de las organizaciones de ayuda humanitaria más respetadas del mundo. Como lo dijo Paul Harvey: “Elena White. ¿Usted no la conoce? ¡Propóngase conocerla!”
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Signs of the Times, en Octubre 2010.