Es raro escuchar la palabra “adicción” para describir algo que no es bueno para uno. Casi siempre se refiere a una sustancia dañina como las drogas, el alcohol o los cigarrillos.
Bueno, mi adicción eran los hombres. Y no solo los hombres, sino que cuanto más tatuados, llenos de joyas y salvajes, mejor. Me gustaban hombres con los que bien sabía que jamás me podría casar, hombres a quienes jamás dejaría solos con un niño (o tampoco un padre, si vamos al caso). Cuanto más terriblemente diferentes a mí eran, mejor. Era la proverbial “chica buena” atraída por el “muchacho malo”. Al igual que en el caso de todas las adicciones, esta comenzó de a poco. No todos los muchachos con los que salía encajaban en esta categoría de “muchacho malo”, pero cuanto más edad tenía y más cerca estaba de contraer matrimonio real con alguno, más me alejaba de mi hombre ideal.
Fui criada en un hogar cristiano bastante conservador, donde mis padres estaban felizmente casados. Se me enseñó a evitar el alcohol, los cigarrillos, las joyas y las fiestas salvajes. Iba fielmente a la iglesia y oraba con regularidad, pero aun así, era adicta a hombres que eran completamente las personas equivocadas para mí.
Mi adicción era tan fuerte que físicamente, no podía vencerla por mi cuenta. Llegué a un punto en que seguía saliendo con el Sr. Equivocado, y no importa cuánto tratara de hacerlo, los muchachos buenos ya no me atraían. Eran demasiado aburridos, demasiados seguros y, extrañamente, demasiado cercanos a lo que yo realmente quería, lo que me daba temor.
Decidí que si no hacía algo drástico con mi vida, me terminaría quedando atrapada con el Sr. Tatuaje por el resto de mi vida y finalmente me casaría con un alcohólico vendedor de drogas que fumaba como una chimenea.
Medidas drásticas
Mi idea de “algo drástico” era mudarme a más de diez mil kilómetros de distancia donde había un número limitado de muchachos malos a mi disposición. Decidí dejar mi empleo bastante seguro y lucrativo para trabajar como voluntaria misionera en Corea del Sur.
Después del impacto que significó llegar a una cultura completamente diferente, tuve mucho tiempo para analizar mi conducta. Es algo que produce mucho temor pero transformador y extremadamente importante si uno está tratando de vencer una adicción. Quería entender por qué me sentía tan atraída a hombres que eran tan equivocados para mí.
Durante ese tiempo, me dediqué a orar mucho. Escribí un diario donde le expresé a Dios cuánto extrañaba mi hogar, todas mis frustraciones y debilidades. Al hablar de mis problemas con él, aprendí mucho sobre mí misma.
Lo primero que descubrí fue que tenía miedo. Tenía mucho temor de encontrar al Sr. Correcto y ser la Srta. Inadecuada. Ese temor me estaba empujando a tener relaciones superficiales con hombres con los que sabía bien que jamás contraería matrimonio. Si no me involucraba demasiado, no había posibilidad de sufrir mucho.
Lo segundo que descubrí es que en realidad, no era una “chica buena” después de todo. Tenía un gran número de otras adicciones, y me había convencido de que no eran tan malas. Al salir con “muchachos malos”, me sentía superior a ellos desde el punto de vista tanto religioso como moral. Aun así, en realidad yo no era moral en esa época de mi vida.
También aprendí que Dios puede y de hecho perdona y olvida tu pasado. Dios no pide que uno cambie sus adicciones, sino que él las transforma. El Señor quita esos deseos cuando uno se enfoca en él.
No sucedió de la noche a la mañana, pero poco a poco, comencé a sentir que quería tener citas con un muchacho bueno. Quería salir con alguien a quien pudiera llevar a casa delante de mis padres, alguien con quien quisiera de buena gana tener hijos. Quería tener una relación segura y ser amada por lo que era. Ya no estaba aterrorizada. Dios me enseñó sorprendentes lecciones sobre su gracia. Me enseñó a confiar en él y a permitirle obrar para encontrar la persona apropiada.
Una mujer me dio un consejo excelente. Me dijo que ella tenía una lista. Allí había escrito todas las cualidades que quería en un hombre, y había decidido que comenzaría a salir con ninguna persona que no tuviera las cualidades que ella había apuntado en su lista. Después de analizar esta idea, tomé mi bolígrafo y una hoja de papel e hice mi lista. Entonces oré por lo que había escrito, la guardé en mi diario, y pronto me olvidé de ella.
¿De dónde has venido?
Ocho meses después de dejar atrás mi antigua vida, conocí a un muchacho. Era divertido, inteligente, atractivo y un gran cristiano. Me sentía muy atraída hacia él, pero todos mis antiguos temores y dudas comenzaron a regresar. Estaba aterrorizada. ¿Qué sucedería si él descubría mi pasado y decidía que no era lo suficientemente buena para él?
Con el tiempo, tuvimos “la conversación”, en la que le dije que me gustaría ser su novia, pero que quería que supiera que no siempre había sido la chica buena que él creía que era. Estaba lista y dispuesta a compartir todos los secretos profundos, oscuros y horribles de mi pasado y enfrentar el seguro rechazo que sentí que le produciría.
Entonces, Dios me inundó en su gracia por medio de este buen muchacho. El muchacho me dijo que si Dios me había perdonado, entonces no importaba lo que hubiera hecho en el pasado, porque él de todas formas me amaría. Por supuesto, esto me hizo llorar. No podía terminar de entender que un ser humano pudiera demostrar tanto perdón.
Como si supiera de antemano que me costaría creerle, él se tomó un vuelo al día siguiente para venir a verme en persona y decirme que no importaba lo que había hecho, que él no me dejaría. Cinco meses después, me pidió matrimonio, y así fue que terminé con un buen muchacho. Entonces encontré la lista que había preparado. Al leer las características que quería en un hombre, descubrí que, milagrosamente, él cumplía con todos los requisitos.
En la actualidad, hemos estados casados durante dos años, y cada mañana, me levanto y agradezco a Dios por mi hombre milagroso. Es maravilloso con cuánta rapidez aprendí a disfrutar de su amor incondicional. Me da terror pensar en el pasado e imaginar con quién me podría haber casado. Ahora disfruto de todo lo que siempre soñé, y aún más. Quebrantar mi adicción a los muchachos malos fue un proceso lento y doloroso que me demandó mucha introspección y oración, pero la recompensa ha sido impresionante.
Si usted también descubre que se ha vuelto adicta a hombres que no son los adecuados, hombres que no podría llevar sin problemas a su hogar para que conozcan a su familia, hombres que la aparten de lo que usted quiere realmente en la vida, tómese un respiro de las citas amorosas, analícese y comience a orar con fervor. Dios tiene algo mejor para usted y, si usted se lo permite, él lo guiará a una relación extraordinaria que será una evidencia tangible de la gracia de Dios.
*Joanne Truner es un seudónimo.
Este artículo apareció originalmente en la revista Women of Spirit.