Los adventistas y la libertad religiosa

Adventists and Religious Liberty 2

Adventists and Religious Liberty 2

Muchos han tenido la “gran” experiencia de conducir un automóvil cuando, de pronto, detrás de uno, ve los destellos azules y rojos y el sonido de una sirena.

Uno se estaciona a un costado, un oficial de policía se le acerca y, después de unos minutos, uno se hace fantástico acreedor de una multa por violación a una regla de tránsito que, por supuesto, uno tiene que pagar o de lo contrario enfrentar consecuencias peores.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver eso con la razón por la cual los adventistas del séptimo día han sido sólidos promotores de la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado?

La respuesta se desprende de una diferencia fundamental entre la manera de funcionar de una y del otro.

El Estado, simbolizado aquí por el oficial que nos aplica la multa, funciona por medio de, para decirlo sin vueltas, la fuerza. Si, la fuerza, porque tiene poder de multarlo, o poder de ponerlo en la cárcel. Es la naturaleza de un estado, de cualquier estado, emplear la fuerza con el propósito de mantener la paz, la seguridad y la estabilidad de una nación. En la mayoría de los lugares, la gente obedece las leyes del lugar donde vive porque el Estado tiene poder de castigarla si no es así.

Contrastemos ese principio con el de la fe, la fe de la Biblia. Jesús dijo que el primer y más importante mandamiento era amar “a Dios con todo[el] corazón, con toda [el] alma, y con toda [la] mente” (Mateo 22:37). Sí, la esencia de la verdadera fe bíblica se desprende del amor, no de la fuerza, y el amor, para ser amor, tiene que ser dado con libertad o, de lo contrario, no es verdaderamente amor.

 Así es que existe una diferencia radical entre la Iglesia y el Estado. La mayoría de la gente no obedece las leyes de tránsito o las leyes impositivas o cualquier otro tipo de leyes del lugar donde vive por amor, ¿no es así? No, las obedecen porque el gobierno usa el poder para forzar esa obediencia. Por el contrario, Dios no nos fuerza a la obediencia. Por el contrario, él quiere que lo sigamos y le obedezcamos por decisión propia, como resultado del amor que sentimos por él. Como lo expresa la Biblia: “pues este es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3).           

Aquí está, entonces, la diferencia fundamental: el gobierno usa la fuerza, pero Dios emplea el amor. El principio detrás de la libertad religiosa, o la separación de la Iglesia y el Estado, es procurar, tanto como sea posible, conservar estos dos ámbitos separados, o de lo contrario, una termina con el gobierno, usando la fuerza para forzar cosas que deberían ser hechas solo por amor.

Existen, como todos bien sabemos, terribles historias de lo que ha sucedido cuando un estado fuerza la observancia religiosa. Aquellos que tuvieron prácticas que difirieron de lo que el estado quería implementar a menudo enfrentaron terribles persecuciones, simplemente porque quisieron ser fieles a su comprensión de lo que Dios les pedía que hicieran.

Este es un tema muy sensible para los adventistas del séptimo día, porque nuestra práctica de guardar el sábado, en oposición a la más común observancia del primer día de la semana (domingo), en ocasiones no ha puesto en conflicto con gobiernos que implementan leyes dominicales. Es por ello, que desde los primeros tiempos de nuestra existencia, hemos dado un gran énfasis a la libertad religiosa, no solo para nosotros mismos, sino también para todas las personas. Después de todo, si Dios no nos fuerza a obedecerle, ¿por qué el Estado puede creer que ellos sí tienen que hacerlo?

Jesús dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21). Por cierto, el César tenía el derecho de aplicar multas por violaciones a las leyes de tránsito. Pero en lo que tiene que ver con cuestiones de fe, con la forma de adorar, con el día en que se debe adorar, con la manera de orar, y con muchas otras cosas que involucran las creencias y las prácticas religiosas, el curso de acción más seguro es que el gobierno se mantenga tan alejado como sea posible.

 

Algunas cosas pertenecen al ámbito de la fuerza, algunas sola al amor, y necesitamos la sabiduría de saber la diferencia entre las dos.

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