Uno de los momentos más dramáticos en los últimos treinta años es la caída del Muro de Berlín.
Entre las causas más obvias para este evento se suele citar el pacto entre Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II para unirse en un esfuerzo por derribar el comunismo en Europa Oriental. Otro factor fue el desarrollo inflexible del poderío militar de los Estados Unidos en tiempos de Reagan. Sin embargo, hubo una causa aún más significativa que la mayoría de la gente ni siquiera conoce.
En 1982, Christian Führer, un joven pastor alemán de Leipzig abrió las puertas de su Iglesia Nikolai todos los lunes de noche para orar y analizar el tema de la libertad. Estas reuniones de oración crecieron hasta un lunes de noche en octubre de 1989, cuando se estima que unas ocho mil personas atestaron la iglesia, y otras miles de personas quedaron afuera.
Un movimiento nacional de libertad nació en la cuna de la oración. De a decenas de miles de personas, en aldeas, pueblos y ciudades de toda Alemania Oriental se unieron a los intercesores de Leipzig. Ese lunes de noche de octubre, casi un millón de personas estaban orando por la libertad. Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, el pastor Christian Führer habló sobre la absoluta necesidad de la intercesión sincera. Führer declaró: “Nos dimos cuenta de que si dejábamos de orar, Alemania no tenía esperanza de cambio”.
Un exfuncionario del gobierno comunista que había trabajado con la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, dio este asombroso testimonio: “Estábamos listos para cualquier cosa, pero no para las candelas y las oraciones”. El Muro de Berlín no podía seguir en pie ante el sonido de las oraciones fervientes del pueblo de Dios que se había unido a buscarlo.
El reavivamiento galés
Uno de los más grandes reavivamientos de la historia fue el Reavivamiento Galés de 1904. Evan Roberts, de solo 26 años, había estado durante trece años para que su vida fuera controlada por el Espíritu Santo. Le rogó entonces a Dios que le diera un corazón totalmente comprometido con el reino de Dios. Evan solía orar hasta altas horas de la noche, intercediendo por los adolescentes y los jóvenes de su iglesia. En especial, solía orar regularmente para que Dios tocara las mentes y los corazones del pueblo de Gales.
El Reavivamiento Galés se inició en un encuentro de jóvenes en la iglesia de Evan Roberts, cuando él compartió su experiencia con Dios. Entonces, instó sus amigos para que buscaran ser llenos del Espíritu de Dios en sus propias vidas. El Espíritu Santo tocó los corazones. Dieciséis jóvenes se convirtieron.
Las chispas del reavivamiento que comenzaron en esta humilde iglesia de pueblo encendieron las llamas del reavivamiento a lo largo y a lo ancho del país. Se estima que en unos nueve meses, unas cien mil personas se convirtieron en el pequeño país de Gales. La tasa delictiva disminuyó. Los borrachos y las prostitutas fueron transformados por la gracia de Dios. Los bares comenzaron a perder dinero. David Lloyd George, que había sido primer ministro de Inglaterra, escribió que un sábado por la noche, en el punto más alto del reavivamiento galés, una taberna vendió licor por solo nueve centavos. Muchas tabernas fueron transformadas en lugares de oración.
Las reuniones políticas y los encuentros de fútbol fueron retrasados o aun pospuestos porque las iglesias estaban llenas de gente que oraba. A menudo, esos cultos de oración duraban de seis a ocho horas. Los duros y espiritualmente indiferentes mineros galeses llenaban estos cultos llenos del espíritu, y regresaban a las minas como hombres transformados.
Las obscenidades desaparecieron de sus labios para nunca regresar. Se informó que los caballos de las minas ya no entendían las órdenes de estos mineros nacidos de nuevo quienes, sin maldecir, parecían hablar el lenguaje del cielo.
El reavivamiento se fue debilitando para 1906, pero su impacto en decenas de miles de vidas continuó. Años después, cuando se le preguntó a una ancianita por qué el Reavivamiento Gales parecía haberse marchitado, ella respondió rápidamente: “Aún sigue ardiendo dentro de mi corazón; no se ha extinguido jamás”. Había estado ardiendo en el corazón de esta mujer piadosa durante más de setenta años.
Toda una nación fue transformada debido a que Evan Roberts, y un grupo de sus amigos, siguió el ejemplo de Jesús de dedicarse seriamente a la oración entusiasta. Alfred Lord Tennyson estaba ciertamente en lo correcto cuando afirmó: “En este mundo, más cosas son producidas por la oración que las que imaginamos”.
Cómo funciona la oración
¿Qué sucede entonces cuando oramos? En primer lugar, la oración abre nuestras vidas al poder purificador de Dios. Durante la oración, el Espíritu Santo realiza, por así decirlo, una radiografía de nuestras almas. Vemos pecados ocultos y defectos en nuestra vida que nos impiden ser los testigos poderosos que Dios anhela que seamos. La oración nos lleva hacia una relación más estrecha con Cristo. En la oración, abrimos nuestra mente a la conducción del Espíritu Santo. Buscamos su sabiduría, no la nuestra.
La oración también permite que Dios obre con más poder que si no hubiéramos orado. El conflicto entre el bien y el mal es una batalla entre las fuerzas del mal y las fuerzas de la justicia. La lucha es real. Participan en ella miles de miles de ángeles buenos y malos. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, describe la batalla de esta manera: “Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles” (Apocalipsis 12:7).
Una tercera parte de los ángeles del cielo se rebeló contra Dios (Apocalipsis 12:4). Las fuerzas del mal producen desilusión, enfermedades, desastres y muerte a nuestro mundo. Las fuerzas de la justicia traen gozo, paz, salud y vida.
Cuando oramos, Dios derrama su Espíritu por medio de nosotros. La oración permite que Dios ayude a los necesitados. Dos versículos de 1 Juan explican por qué la oración es tan efectiva. El apóstol declaró: “Esta es la confianza que tenemos en él” (1 Juan 5:14). Nuestra confianza no se encuentra en las oraciones. Nuestra confianza se encuentra en Dios. Y Juan sigue diciendo: “Que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14,15).
Jesús, nuestro ejemplo
Jesús es nuestro gran modelo de intercesión. Él solía retirarse a un lugar tranquilo para orar. Buscaba a Dios para que le diera fuerzas para enfrentar los desafíos del día. Le pedía fuerzas a su Padre para vencer las tentaciones de Satanás. El evangelio de Marcos registra una de las sesiones matinales de oración de Jesús con estas palabras: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba (Marcos 1:35). Si Jesús, el divino Hijo de Dios, comprendió que la oración es una necesidad, ¿cuánto más necesitamos de la oración en nuestra propia vida? Jesús reconoció esa fuerza espiritual interior que recibimos mediante la oración. El Evangelio de Lucas registra los hábitos de oración de Jesús: “Pero él se apartaba a lugares desiertos para orar” (Lucas 5:16).
La oración no era algo que Jesús practicaba ocasionalmente cuando surgía una necesidad o un problema. La oración era una parte vital de su vida. Era la clave para mantenerse conectados con su Padre. Era la esencia de una espiritualidad vibrante. Jesús renovaba su relación con su Padre cada día por medio de la oración. La vida de oración de Jesús le dio valor y fuerzas para enfrentar la tentación. Jesús salía de estas sesiones de oración con la frescura espiritual de un compromiso más profundo de hacer la voluntad de Dios.
Al describir una de estas sesiones de oración, Lucas añade: “Mientras [Jesús] oraba, la apariencia de su rostro cambió y su vestido se volvió blanco y resplandeciente” (Lucas 9:29). Jesús irradiaba la fuerza de viene de pasar momentos en la presencia de Dios por medio de la oración.
Nuestro problema
R. A. Torrey lamenta cuán ocupados estamos los cristianos hoy en día, tanto que, en ocasiones, parece que carecemos completamente de poder. Dice Torrey: “Estamos demasiado ocupados para orar y, por ello, estamos demasiado ocupados para tener poder. Hacemos muchas cosas, pero logramos poco; muchos cultos pero pocas conversiones; mucha maquinaria pero pocos resultados”.
Jesús jamás estuvo demasiado ocupado para orar. Su cronograma de actividades nunca estaba tan atestado como para quedar sin tiempo de hablar con su Padre. Jamás tenía tanto que hacer como para salir y entrar apresuradamente de la presencia de su Padre. Jesús salía de estos momentos íntimos con Dios con su vida espiritual renovada. Estaba lleno de poder, porque dedicaba tiempo a orar. ¿Tiene usted problemas en su vida que parecen insuperables? ¿Conoce usted a alguien que esté desanimado? ¿Tiene usted amigos o familiares que no conocen a Dios?
Procure cambiar su cronograma de actividades para dedicar más tiempo a hablar con Dios sobre estas cuestiones. Dios está anhelando saber de usted.
Este artículo apareció originalmente en la revista Signs of the Times de Marzo 2011.