Colegio Adventista abre las puertas a estudiantes ucranianos

Ukrainian Union Conference

Colegio Adventista abre las puertas a estudiantes ucranianos

Tres estudiantes ucranianos comparten sus historias al ser recibidos por el Kettering College.

Cincuenta estudiantes ucranianos recibieron becas completas. Tres de ellos cuentan sus historias.

En febrero de 2022, comenzaron las operaciones militares a gran escala de Rusia en Ucrania. Mientras los líderes mundiales discutían cómo proporcionar apoyo militar al pueblo de Ucrania, el órgano de gobierno internacional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día preguntó a los colegios adventistas de Norteamérica y Europa si podían ayudar a los estudiantes ucranianos desplazados cuya educación se había visto obligada a interrumpirse por el conflicto.

El Kettering College respondió al llamado, 50 veces.

La acreditada facultad de ciencias de la salud del campus principal de Kettering Health abrió sus puertas (y sus corazones) a 50 estudiantes ucranianos cuya matrícula, alojamiento y manutención, libros de texto y otros gastos fueron pagados íntegramente gracias a la generosidad de la Fundación Kettering Health y de patrocinadores individuales.

Durante este tiempo, los primeros 34 estudiantes de Ucrania llegaron al campus de Kettering[1], Ohio, Estados Unidos, cada uno con una historia que contar acerca de la vida que conocieron, las dificultades que superaron para llegar a Estados Unidos y los desafíos de adaptarse a la vida en un país diferente de su patria. Tres de ellos se reunieron con nosotros para compartir sus historias.

SVITLANA

Antes de la guerra, Svitlana Shnurenko, de 23 años, era una estudiante que vivía con sus padres en Bucha, una ciudad universitaria a 19 kilómetros de Kiev, la capital de Ucrania. Aunque de niña soñaba con dedicarse a la medicina, de joven puso en pausa ese sueño para dedicarse a la gestión de proyectos.

En la madrugada del 24 de febrero de 2022, Svitlana se despertó con el aterrador ruido de los aviones rusos lanzando bombas, mientras su madre le comunicaba la triste noticia de que había estallado el conflicto. “En ese momento me di cuenta del horror de la situación”, dice.

La familia de Svitlana había elaborado un plan de evacuación: Irían a casa de su abuelo en Volyn, al oeste de Ucrania, a 390 kilómetros de su hogar. “Recogimos todo lo necesario y los documentos una semana antes”, explica.

Sin embargo, cuando los medios de comunicación informaron que Rusia estaba bombardeando aeropuertos en todo el país, incluido el aeródromo militar de Gostomel, a solo tres kilómetros de su casa, se dieron cuenta de que “no hay ningún lugar seguro en Ucrania”.

Svitlana, su madre, su hermano y dos amigos de la familia se apiñaron en su pequeño coche con unas pocas pertenencias. Su padre, pastor, se quedó para evacuar a los estudiantes.

“Fue la última vez que abracé a mi querido padre”, dice Svitlana con tristeza.

Mientras los bombarderos rusos sobrevolaban la zona, su hermano condujo el coche a través de un área envuelta en fuego y humo. Pronto, se unieron a los miles de coches varados en la carretera, cuyos conductores, presas del pánico, intentaban conducir en una sola dirección: alejarse de Kiev.

Cuando llegaron a Volyn, tuvieron que enfrentarse a despedidas aún más desgarradoras. En aquella época, en Ucrania, los hombres de 18 a 60 años no podían salir del país a menos que estuvieran estudiando en una universidad extranjera. De lo contrario, su deber era defender Ucrania.

“Nunca olvidaré esa sensación de tristeza cuando te das cuenta de que puede ser la última vez que abrazas a tu hermano y a tu abuelo”, dice Svitlana.

Las mujeres continuaron su viaje. Durante varios meses vivieron en Chequia con parientes lejanos, solicitando visados de turista. Esperaban llegar a Toronto, Ontario, donde vive la hermana de Svitlana. Cuando Svitlana y su madre no pudieron obtener los documentos en la embajada de Canadá en Praga, se dirigieron a la embajada de Canadá en Polonia.

“Fue un viaje difícil: largas colas y noches sin dormir”, dice Svitlana.

También estaban preocupados por su padre.

“Mi padre arriesgaba su vida para sacar a la gente de las ciudades más desfavorables y peligrosas”, dice Svitlana. “Estaba rodeado y perdimos el contacto con él durante varios días”.

Svitlana cuenta que, cuando su padre pudo volver a ponerse en contacto con ellos, “lo primero que me envió fue un mensaje acerca del Kettering College”. Su padre se enteró de esta oportunidad, recordando el sueño de su hija de convertirse en médica.

“Fue como un rayo de esperanza”, dice Svitlana.

VLADYSLAV

La familia de Vladyslav (“Vlad”) Malyshevskyi vive en el centro de Ucrania.

“No sufrimos la pérdida de nuestro hogar ni de familiares”, dice Vladyslav. “Pero toda la familia estaba muy estresada, porque no sabíamos qué pasaría después, sobre todo porque yo ya tenía 17 años entonces, y a todo el mundo le preocupaba que pronto cumpliera 18 y tuviera que enlistarme como soldado”.

Vladyslav, cuya madre es médico, estudió agronomía en una universidad local. En la iglesia, oyó el anuncio de su pastor de una oportunidad de asistir al Kettering College pero, como dice Vladyslav, “no podía creer que pudiera ser tan afortunado”.

Vladyslav y sus padres lucharon con la difícil decisión. “Mis padres realmente no querían dejarme ir, pero estaban muy preocupados por mí y no veían un futuro [para mí en Ucrania]”.

Cuando Vladyslav fue aceptado en el programa, estaba a punto de cumplir 18 años. Necesitaba salir de Ucrania, pero aún no tenía todos los documentos necesarios para obtener un visado. Por lo tanto, viajó a Polonia, donde vivió en una iglesia durante más de un mes, mientras trabajaba con la embajada estadounidense para obtener el visado. Cuando Vladyslav recibió por fin el visado, “el viaje en sí fue bastante difícil porque era mi primera experiencia con aeropuertos”, dice. “Volé de Varsovia a París, y de allí a Cincinnati, donde ya me esperaba el personal de la universidad”.

Vladyslav llegó al Kettering College cuando el semestre de otoño ya había comenzado, pero por fin estaba allí.

DANIELA

Cuando Daniela Korchuk, que ahora tiene 18 años, era una joven adolescente, su padre le dijo: “No importa qué profesión elijas en el futuro, lo principal es servir a la gente. Todo gira en torno a Dios”.

Cuando estudiaba en el Instituto Ucraniano de Humanidades de Bucha, Daniela decidió estudiar economía, pero nunca se vio realmente en esa profesión.

“No sabía cómo podía servir a la gente”, dice Daniela.

Cuando los militares rusos interrumpieron sus estudios, unos amigos que habían huido al oeste de Ucrania invitaron a Daniela y a su madre a unirse a ellos. Al llegar a su destino y hacinarse en una pequeña casa con 15 personas dentro, decidieron continuar hacia el oeste.

Cuando Daniela llegó al Kettering College con todos los documentos que necesitaba para estudiar allí, su viaje la había llevado por Eslovaquia, Chequia, Estados Unidos, Noruega y de vuelta a Estados Unidos.

Sin embargo, los cortes de electricidad y otras circunstancias relacionadas con el conflicto de la época obligaron a la familia de Daniela a abandonar su casa más de una vez.

Un día, su padre regresó y se encontró con un lado de la casa agujereado por la metralla de un cohete que impactó en la casa del vecino, y su oficina saqueada por los rusos, que en ese momento ocupaban otra casa vecina.

LA VIDA EN EL KETTERING COLLEGE

Ahora, los estudiantes se mantienen en contacto con sus familias por medio de llamadas telefónicas, mensajes de texto y videollamadas. Aunque la conexión se interrumpe debido a los cortes de electricidad en Ucrania, en la mayoría de los casos, los estudiantes reciben mensajes de que sus familias están bien.

Los tres estudiantes ya se han asentado en su nuevo ambiente y se están adaptando a las diferencias culturales de otro país.

“Aquí todo es diferente”, dice Vladyslav, “las carreteras, las casas, la comida, el transporte público, los coches…”.

Mientras se adaptan, todos creen que ha sido el plan de Dios el que los ha llevado hasta allí para darles seguridad y la oportunidad de seguir una carrera en medicina. Svitlana confía especialmente en ello.

LA MANO DE DIOS

Hace cinco años, mucho antes de la invasión, Svitlana estaba enferma y rogó a Dios que le mostrara su plan para su vida. Esa noche, en un sueño, vio una habitación con una cama alta.

“Estaba sentada en esta cama alta y leía libros enormes en un idioma que no era mi lengua materna”, cuenta Svitlana, y añade que veía los detalles “tan vívidamente que podía dibujarlos”.

El sueño trajo a Svitlana más confusión que claridad, hasta que llegó al Kettering College y un miembro del personal le abrió la puerta de su dormitorio.

“Me dejó sin aliento”, dice Svitlana. Desde la cama alta y los muebles blancos hasta el espejo, el color de las paredes y el suelo de madera, “era la misma habitación de mi sueño”.

“Como la guerra en Ucrania continúa, seguimos preocupados por nuestros padres”, dice Daniela, “pero Dios cuida de ellos, y esperamos que todo vaya bien en nuestras familias”.

Svitlana añade: “Me gusta que Dios pueda convertir algo tan malo como la guerra en algo bueno, como la oportunidad de que estemos aquí y estudiemos. Y luego, Dios puede usarnos para ayudar a otras personas”.

La versión original de esta noticia se publicó en el sitio de noticias de Kettering Health.

Noticias de Kettering Health

Adaptado de la Adventist Review y publicado por Logos Info.

[1] Kettering es una ciudad de Estados Unidos, en los condados de Montgomery y Greene, en Ohio.

La versión original de este artículo se publicó en el sitio de noticias en ucraniano de la Unión Ucraniana.